Cuando le pregunté a mi amigo Paco qué dónde había nacido y
me respondió que en Loranquillo, creí que me tomaba el pelo. Jamás había oído hablar de este
diminuto pueblo y son muchísimas personas de la Bureba los que no saben que
existe.
Elias Rubio en su libro” Los pueblos del silencio” habla de
este pueblo. En él nos cuenta que fueron dos hermanos ciegos los últimos
habitantes de esta localidad. Me dijo Paco que aunque eran ciegos se defendían
de maravilla por el pueblo, pero al final se acumulan los días, se amontonan
los años y las fuerzas se debilitan; se tuvieron que ir a Briviesca a pasar sus
últimos días de vida.
Cuando paseas por estos pueblos olvidados, donde no te tropiezas ni con perros ni con gatos ni otro tipo de ser que no sea los pájaros, el silencio es impresionante y puedes disfrutar observando sus casas derruidas, con sus puertas y ventanas destrozadas, sus vigas de enebro, de roble, de encina o cualquier otra madera, y te paras a pensar cuando esas casas tenían actividades, cuando en sus chimeneas ardía la leña, en sus altos se ahumaba los chorizos, los lomos, cuando los vecinos se reunían en su plaza a dialogar y contarse los acontecimientos diarios, cuando los domingos, todos a misa más por compromiso que por devoción, también se reunían y cuando ocurría cualquier desgracia cómo se ayudaban todos y formaban una única comunidad. Se puede aprender tanto de estos pueblos olvidados que es imposible ignorarlos, aunque dentro de unos años nadie recordará nada de ellos.
Cuando paseas por estos pueblos olvidados, donde no te tropiezas ni con perros ni con gatos ni otro tipo de ser que no sea los pájaros, el silencio es impresionante y puedes disfrutar observando sus casas derruidas, con sus puertas y ventanas destrozadas, sus vigas de enebro, de roble, de encina o cualquier otra madera, y te paras a pensar cuando esas casas tenían actividades, cuando en sus chimeneas ardía la leña, en sus altos se ahumaba los chorizos, los lomos, cuando los vecinos se reunían en su plaza a dialogar y contarse los acontecimientos diarios, cuando los domingos, todos a misa más por compromiso que por devoción, también se reunían y cuando ocurría cualquier desgracia cómo se ayudaban todos y formaban una única comunidad. Se puede aprender tanto de estos pueblos olvidados que es imposible ignorarlos, aunque dentro de unos años nadie recordará nada de ellos.
Su iglesia totalmente en ruinas y casi escondida entre las
hiedras estaba dedicada a san Miguel Arcángel. Era en san Miguel cuando Loranquillo
celebraba sus fiestas patronales.
Para llegar a él hay que tomar la carretera de Bañuelos de Bureba, desviarse hacia Quintanaloranco y a pocos kilómetros de este, a mano derecha, sale una carretera que nos lleva a Loranquillo.
La torre de la iglesia capturada por la hiedra
Iglesia de san Miguel Arcángel
Paco en la plaza de su pueblo.
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