domingo, 21 de diciembre de 2014

Breve historia triste para un tiempo peor.



                  
                            Había encendido un fuego en la vieja chimenea del vetusto caserón. Aún se conservaban en buen estado las robustas e imputrescibles vigas de sabina, que soportaban colosalmente la techumbre con gran cantidad de melancólicas tejas. Las puertas y ventanas, aunque en mal estado, se conservaban casi todas. Las paredes compuestas de grandes bloques de piedras resistían colosalmente al paso del tiempo. Entre sus intersticios vagaban silenciosos los suspiros, anhelos y tristezas de sus atávicos moradores. Se notaba que en este viejo caserón habitó, en otro tiempo, algún prócer del lugar.
                         Era la única casa del pueblo que se mantenía en pie, y tan solo restos de la iglesia y de un diminuto cementerio se podían columbrar desde aquí. En el cementerio quedaban unas pocas tumbas profanadas por las hierbas y los arbustos. Tumbas olvidadas de sus familiares igual que los ricos y los gobiernos se olvidan de los pobres. En el horizonte destacaban los montes tapizados de nieve y en sus laderas el pardo bosque de encinas.
                         Había escogido el mejor rincón de lugar para situar su saco de dormir; donde él ya sabe que estará más cercano al calor  del fuego, y el lugar mejor protegido del frío, del viento y de un posible aguacero. Con el resplandor de la llamas se observaban los brillos de la mugre acumulada en el saco. Fuera bramaba el ábrego, y las plantas de los cardos corredores rodaban presurosas  por la calle del pueblo.
                           En este recóndito lugar no habitaban ya ni los cansinos roedores. Éstos  habíanse ya marchado hace tiempo cuando la comida se extinguió por completo. Pues andando y andando había recalado en unos de los pueblos del silencio tan abundante en Castilla. Deambulaba por estos campos castellanos esperando que algún día este destino tan adverso  llegase a cambiar y en algún momento le fuese más favorable.
                         En el fuego se calentaba un recipiente de lata con agujas de pino, y en las ascuas de la hoguera se asaban unas bellotas, que era todo lo que pudo obtener del bosque. En pleno invierno era muy difícil sobrevivir y los alimentos escaseaban. En verano y otoño se alimentaba de frutas (manzanas, peras, cerezas, serbas, castañas, ciruelas, fresas...) y bayas (endrinas, madroños, moras, arándanos, uvas de oso...) que encontraba en el bosque o que tomaba de alguna huerta del lugar por donde transitaba.
                         De sobra sabe que en la ciudad es más fácil sobrevivir. Cualquier portal le puede servir de asilo, y en cualquier albergue para pobres puede comer y dormir unas noches. Pero siempre ha sido un fanático de la libertad y ahora mejor que nunca disfruta de ella. Estaba conociendo la amplia Castilla: sus pueblos, sus carreteras, sus caminos, sus bosques y sobre todo a sus gentes. En la ciudad las personas te ignoran, mas en los pueblos te observan, te preguntan, te dan conversación, y ,de vez en cuando, te ofrecen algún plato de comida.               ¡Cuánta sabiduría hay acumulada en los mayores de los pueblos, y cuánta necedad en los gobernantes!
                         Antes tenía un trabajo con el que vivía holgadamente, y unos ahorros con los que esperaba vivir en un futuro, pero la crisis cerró su empresa; un amigo banquero, gran fariseo y adulador, le aconsejó para que depositase sus ahorros en preferentes; una forma de robar legalmente, amparada en unas leyes injustas, con la aquiescencia de un gobierno compuesto por una hordas de ladrones y de una  justicia manipulable y trabada. Gracias a los generosos latrocinios de los políticos que estaban muy preocupados de su estado de bienestar  y muy poquito del bienestar del estado, hoy él se encontraba en esta situación: sin peculio ni predio de ningún tipo.
                          Ya se le había pasado por la cabeza, más de una vez, visitar a su amigo y abrirle las tripas con un cuchillo o elegir a  algún gobernante y llevárselo por delante, empero, su falta de valor o quizás su exceso de bonhomía nunca le había dejado.
                         Sabe que algún día no volverá a salir de su saco de dormir, y que en algún lugar perdido se quedará para siempre, por ese motivo le gustaría saber cuándo para poder destruir toda su documentación y así su familia no supusiese jamás de su paradero ni de su suerte.
                         Hoy, Nochebuena, sabiendo que en algunos lugares disfrutarán de cenas pantagruélicas, cenas que a más de uno le ocasionará daño, él después de tomar su mísera comida se introducirá en su saco de dormir, y, como todas las noches de un tiempo acá, volverá a soñar con esa mujer de nívea guedeja y  ojos negros con quien todos los días compartía su cena   y con quien veía la televisión y  escuchaba estoicamente sus cotilleos de los vecinos del lugar. Hoy como casi todos las noches volverá a soñar con su madre.
                          Lo más lamentable es que esto mismo se puede estar viviendo en algún lugar de esta putrefacta España.





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